Acompañar: Abrazar sin sofocar


Creo en el inmenso valor que tiene acompañar a alguien cuando atraviesa por una situación difícil. En alguna otra ocasión, en estas breves charlas que tengo con ustedes por este medio, hablé de los dos tipos de dolor que puede sufrir una persona. Uno, el dolor agudo de un evento impactante que poco a poco, con la ayuda de ese gran amigo que es el tiempo, se va mitigando lentamente. También hablé del otro dolor, del que se renueva caca día al ver que nuestra niña no hace progresos, que nuestro niño no podrá jamás alcanzar alguno de los logros que en otros niños son cotidianos. Es aquí donde siento que más que nunca debemos valorar y apreciar una buena compañía.

No es fácil constituirse en un buen acompañante. Se requiere valor para estar en contacto continuo con el dolor. Entereza para conservar la esperanza de obtener tal vez pequeños logros, pero suficientes para mantener viva la llamita de la esperanza. Se requiere solidaridad a pesar de que el acompañado, a veces, no se de cuenta de que estamos ahí para cuando nos necesite. Se requiere no sentir nunca lástima, sino inclucar valor, favorecer todas las actitudes de lucha y tratar de impedir que ese amigo tan querido llegue a sentir lástima por sí mismo.

Entre los factores más debilitantes del carácter está el sentimiento desalentador de sentir pena por uno mismo. No hay nada que destruya con mayor eficacia la autoestima y el coraje cuando más falta hacen. ¿Por qué me tocó a mi?, es el pensamiento alrededor del cual se aglutinan muchos otros que, como parásitos, minan la energía necesaria para mantener la fuerza y empezar cada día. Entonces es cuando se hace necesario el valor de saber acompañar.

El acompañante debe ser un puntal, un apoyo pra los momentos de flaqueza de nuestro amigo o amiga que sufre. Es el encargado de alimentar la esperanza cuando aun dentro de sí mismo se siente desfallecer. Es estar presente, tal vez sin muchas palabras, pero con una actitud elocuente que se constituya en un refugio para el alma cansada, en un puerto donde abrigarse mientras pasa la tormenta, en una cueva cálidad donde pueda recuperar el ánimo para seguir adelante.

Por todo ello creo en la importancia del papel de acompañante, de esa madre que sufre por el dolor de su hija, de ese padre que apoya con su presencia, con su serenidad y consejo, de esa hermana que ayuda o ese amigo que tiende su mano.

Si pudiéramos hablar de la función que debe desempeñar la persona que, con generosidad, quiere aliviar un poco los golpes que el azar ha asestado a quien ama, yo pensaría que esa función es infundirle valor. Su apoyo debe constituirse en una inyección de aliento que aumente la fortaleza de quien siente dolor.

Es una perogrullada decir que el mero hecho de venir al mundo representa un reto. Pero no deja de ser verdad. Parecería que la vida se empeña propositivamente en contradecir nuestros deseos, nuestras esperanzas, nuestros anhelos. Vivimos temiendo y previendo un sinfín de cosas que nunca llegan a suceder y el destino ataca por donde jamás lo imaginamos.

Cuando esperamos un hijo alejamos de nuestra mente la posible circunstancia de que se presenten complicaciones al momento de nacer, o que el bebé traiga consigo algún problema desde la gestación. Cuando esto ocurre, la angustiante sorpresa se convierte en un dolor continuado por la falta de un diagnóstico preciso, por la visualización de un futuro incierto lleno de limitaciones reales y de muchos fantasmas también. Si en esos momentos terribles, la vida en su afán compensatorio nos otorga la suerte de hallar una persona fuerte que sepa amarnos, no teniéndonos lástima sino transmitiéndonos algo de su fortaleza, habremos hallado un gran tesoro que puede nivelar un poco la balanza.

No podemos evitar los problemas. Ni el mejor padre, ni la mejor amiga puede cubrirnos de la desgracia. Pero si ese alguien cercano se ofrece a ayudarnos y tiene la sabiduría de la riqueza interior para hacerlo, será apuntalando las pocas fuerzas que nos quedan, reconociendo nuestro dolor y llorando con nosotros, permitirá que nos dejemos caer en sus brazos pero sólo el tiempo necesario para tomar aliento. Nos levantará amorosamente y nos mostrará lo que aún queda por rescatar. Si ese padre, esa herman, esa amiga, quiere y sabe ayudarnos, será un aliado invencible que mirará y nos hará mirar hacia adelante. Amar es muy importante, pero saber amar requiere sabiduría.

(Visited 4 times, 4 visits today)

Etiquetas